El holocausto judío durante la Segunda Guerra Mundial es narrado por sus testigos como una experiencia personal altamente traumática a la que intenta dotarse de cierta universalidad. El afán por transmitir la experiencia de lo que interiormente se vivió acoge diversas metáforas. Quizás una de las más penetrantes sea la de la noche, narrada por Wiesel en un libro que acaba de ver una nueva revisión por el autor. Una prosa directa y depurada pretende llegar a explicar lo que el autor en un principio cree inexplicable e inenarrable. Para Wiesel el judío de aquellos años, tras la experiencia del campo de concentración, sale confuso entre palabras que antes podían ser cotidianas y después adquieren ya unos matices y unas connotaciones inevitables, como la palabra chimenea, que hace temblar al reo que ve tras su humo la calcinación de sus semejantes. Así, es interesante cómo la tarea de estos testigos a los que en la última década se les ha prestado atención editorial -recordemos al Szpilman en versión cinematográfica de Polanski, y el Nobel de Literatura Imre Kertész- se ejerce desde una consciencia obsesionada con una serie de imágenes que buscan describir de una forma directa y sin filtros estilísticos destacados, como para llegar límpidamente a la verdad, aun tamizada por el recuerdo y la eleboración, de la experiencia inicial, pesadilla que se repite para ellos durante muchas noches. Wiesel toma precisamente la noche como metáfora de su experiencia. La noche y su oscuridad que representan los momentos claves en los que él y otros judíos fueron secuestrados de su pueblo natal en Rumanía, la noche de los días y las noches de viaje en un oscuro vagón, hacinados; la noche en que llegan a Birkenau, las noches de enfermedad sin descanso, la noche en que debieron huir sobre la nieve con los nazis ante la llegada inminente de tropas aliadas, la oscuridad del invierno y días subsiguientes... en fin, esa noche y ceguera que supuso de oscuridad para el ser humano, y en especial para el pueblo judío, el holocausto. Si otro escritor como Kertész propone en Sin destino la eterna espera en unlugar donde el tiempo carcomedor y silenciador pasa lentamente entre una y otra rutina hacia la degradación del ser humano, cada vez más despersonalizadora y alienista, como metáfora de su experiencia en el campo de concentración, Wiesel aborda con su noche la incomprensión atónita de un hombre en principio de fe que no entiende lo que pasa y que surge furtivamente entre las sombras de la noche. Noche de ceguera humana, por quienes no supieron o pudieron reonocerla y escapar a tiempo, y noche para quienes no quisieron, o aún no quieren, reconocer ahora.
El holocausto resurge en su testigos maduros como un misterio de pesadilla del alma humana, como una experiencia que busca su justificación, explicación, cristalización y expulsión a través de la palabra.
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