Cerca de la plaza Csillág, en una calle transitada de nuestro barrio de viviendas grises, hay un banco de madera junto a unos matorrales. A menudo se sientan ahí escolares esperando a compañeros y charlan un rato; o descansan algunas mujeres camino de la compra; o se sientan momentáneamente algunos hombres borrachos que no saben qué dirección tomar exactamente. Todos pasan unos minutos ocasionales por este banco. Sin embargo, existe una mujer que con sorprendente irregularidad pasa horas enteras en ese banco, se adueña tímidamente de él por las tardes y ofrece a los transeúntes un espectáculo silencioso y desapercibido: no viene sola, y la acompaña su colección de muñecas. De muñecas de trapo. No sé si la mujer, que lo parece, ha trabajado en la costura e incluso en la realización de estas muñecas durante años. Lo cierto es que, sin ser una anciana, pero con el tiempo de quien ya no lo cuenta, trae consigo algunas de sus muñecas y las coloca junto a ella para venderlas. Todas destacan por su sonrisa y por un aire de familia que las envuelve. Hay muñecas y muñecos, de cuyos atuendos puede uno imaginar bailarinas y piratas, o simplemente muchachas y muchachitos vestidos a una moda indefinida pero muy variada. Las muñecas están hechas a todo detalle, cada pieza de sus trajecitos sencillos (camisa o camiseta, pantalones, manguitos) es individual. Las muñecas son muñecas como las que uno ha podido soñar toda la vida: tiernas, cercanas, eternas confidentes, a las que uno no se resiste en abrazar, y con las que puedes inventar mil aventuras porque mil aventuras sugieren. Los ojos y la sonrisa están pintados, siempre hay un cierto rubor en las mejillas de caras pálidas. Bueno, también hay muñecas mestizas. De todo hay. Y miran a los transeúntes silenciosas y pacientes, como su creadora.
A veces, quizá en primavera, esta vendedora de ilusiones aparece como por arte de magia en al banco. Camino del supermercado, te cruzas con ella, que calla sola o charla con alguna otra mujer; a la vuelta de tus quehaceres, un rato más tarde, ya ha desaparecido. Varias veces nos hemos acercado y, por supuesto, hemos elegido muñecas: la primera que compramos se llama Jutka, una muñequita pequeña, de ropita verde y oscura, pelirroja, con una de las sonrisas más hermosas que jamás he visto en muñeca alguna. A ella, en otras ocasiones, han seguido algunas más, siempre como regalo para personas a las que queremos. La vendedora, a pesar de nuestra incompetencia lingüística, siempre se esfuerza por hacernos ver lo bien hechas que están las muñecas, con explicaciones detalladas y demostraciones prácticas. Lo hace con pasión, con alegría, con cierto orgullo. Yo me deleito, mientras la ciudad sigue su ritmo, en la contemplación de aquel paraíso improvisado. Es tan difícil elegir. Y supone una natural tragedia, pues la mujer, cayendo en la cuenta de que sus preferencias han sido captadas por el cliente, que se lleva una de las más hermosas parejas, las abraza por última vez y se despide tierna y cuidadosamente de ellas envolviéndolas en una bolsita de plástico que ata con un lazo de color.
Ya no sé cómo imaginaba las hadas en mi infancia, supongo que con velos, luces y vestidos, seguramente en escenarios muy distintos a una calle de asfalto quebrada por el tiempo; pero ahora puedo asegurar que descubro y reconozco -con mayor emoción y sobrecogimiento que nunca- a las verdaderas hadas, tan humanas en su esplendor, cuando preocupado por comprar la leche o el pan me encuentro inesperadamente que un banco de la segunda calle a la derecha de la plaza de la Estrella, parece poblarse, como por arte de magia, de un sinfín de niños perdidos como llegados del País de Nunca Jamás que esperan ser reconocidos por los ojos de los que pasamos, que caminamos como perdidos en la rutina de nuestros hábitos.
3 comentarios:
Que bien volver a mirar las cosas con ojos de niño, volver a creer en hadas, y encontrar la magia en lo cercano, gracias por acercarnos de nuevo a Szeged!!
Que bonito oficio hacer muñecas . En toda artesanía se refleja el amor que su creador puso en realizar su obra, en este caso, además, tiene la magia de provocar bellos sentimientos.
Aquellas muñecas de trapo, a quinientas pesetas, y de las que ella se depedía con un beso...
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