Hoy es 31 de octubre, es la noche de los muertos y hay luna llena. Los cuervos pueblan toda la ciudad desde hace siete días. A orillas del Tisza, a unos centenares de metros de la ciudad, queda la linde del bosquecillo al que denominan isla de las brujas, pelado de hojas por el otoño y sumido ahora en la penumbra de la noche. Un murciélago vuela por el anochecer. Todavía hay algunos pescadores y nosotros avanzamos con las bicicletas hasta encontrar un recodo adecuado para el rito que queremos realizar. Todo está en silencio, excepto los ecos habituales de la naturaleza, sospechosos siempre en estas circunstancias. Un bicho bastante grande nada por el centro del río, resulta inidentificable. Es la noche de los muertos y los espíritus. En casa nos aguarda nuestra calabaza vacía, esperando con su sonrisa entre cómica y asustadiza, su vela, y también nos espera, tembloroso, un dulce de calabaza, listo para comer. Pero ahora estamos lejos de casa, camino de las sombras, por el sendero de la isla de las brujas, en una noche que, de alguna forma humana, hay que celebrarla. También si se está lejos de casa.
El lugar lo merece doblemente. Hace casi trescientos años en este mismo paraje se consumó la última quema de brujas en Europa, mediante el conocido proceso de Szeged. 13 personas fueron quemadas, el 14 de junio de 1728, y una fue absuelta por embarazo. Previamente, durante el proceso, otras cuatro habían perecido por las torturas y la “prueba” del agua: arrojados al río, aquellos que flotaban eran juzgados y sentenciados; los que no, eran inocentes. Pero los inocentes ya no volvían nunca más y, aogados, eran arrastrados por la corriente del río. Este proceso escandaloso y excepcional en tierras húngaras, que pese a lo que nos sugiera su evocación era bastante pobre en brujerías, parece que tuvo lugar por una serie de cambios climáticos bruscos problemáticos para la economía local y una serie de privilegios otorgados a ciertos extranjeros que llegaban a la ciudad para asentarse. Poco a poco cundió el pánico al hablarse de brujas y aquello generó una venganza social. Se utilizaron los manuales inquisitoriales más crueles existentes en Europa en un proceso que comenzó el 14 de junio de 1728 y que finalizó en el fuego poco más de un mes después.
Desde aquel instante al lugar de la ejecución se lo conoce como isla de las brujas, y en esta noche de fantasmas intentamos recordar este hecho formidable. La luna llena ilumina el curso del río. Nos sentamos a la orilla. Pensamos también, cada uno, en nuestros fantasmas, en nuestros muertos, en nuestras vidas. En aquellos que ya se los llevó el río, esos ríos que van a dar a la mar. Es obvio que el destino ha preparado esta mañana la clase de literatura y he tenido que explicar aquellas coplas de Manrique a la muerte de su padre. En algún momento y lugar suena una campana lejana. Sólo escuchamos su eco. Despierte el alma dormida, avive el seso y depierte...
Encendemos una vela, al modo budista, y la hacemos flotar en el río. Brilla como nada en el paisaje, y al principio parece viajar a contracorriente, río arriba. Es quizás el espíritu de los muertos, que se manifiesta sobre toda ley natural. Finalmente, alcanza el centro del río y la llama comienza su viaje inexorable, alma en pena. En el cielo, titilan las estrellas; en el agua, flota y se consume, lentamente, la llama. La vemos alejarse y nos retiramos, buscando en el silencio oscuro la salida del bosquecillo, un sendero que nos conduzca de regreso a la vida cotidiana. Encontramos la pista de tierra, el camino de los vivos: desde allí se ve otra luz, la luz de la ciudad; las torres iluminadas de la iglesia votiva, por encima de todo, nos dan la bienvenida mientras sus campanas, y por encima de todas la llamada campana de los héroes, tañen anunciando una nueva hora que pasa, una hora que ya ha pasado, una hora que hemos consumido, quizás también consumado, y que ya no volverá.
3 comentarios:
Es difícil escribir sobre Hungría, y mira que hablamos sobre ella casi constantemente... Recuerdo esa noche perfectamente: el frío, cierto temor, y la felicidad de haber compartido algo íntimo que recordaríamos con el tiempo. El olor de la fábrica Pick, al volver a casa, la soledad de laas calles, ya entrada la noche. Los cuervos y sus graznidos, cierta esfera de un reloj en el campanario, amarillenta y vieja, los cables de la luz, el sonido del troly...El sabor de las galletitas de chocolate y mermelada de fresa, un rétes, por favor. Y el olor del vino caliente en Dom Ter.
Bueno, yo creo que es difícil escribir sobre Hungría sobre todo porque para vosotros fue una experiencia iniciática; un país desconocido, una lengua incomprensible, vivir en el extranjero. Son tantas sensaciones, tantas vivencias, que debe resultar difícil incluso para quienes vivis de las letras, ponerlo por escrito.
Para nosotros fue una experiencia muy interesante, un viaje especial, un país estupendo, más allá de Budapest, que ya conocíamos, y al que volveremos seguro.
Gracias, seguimos aprendiendo.
Otras celebraciones, otra memoria, otros recuerdos.Significados diferentes para los mismos simbolos: los cuervos, lo negro, la noche, los muertos..., Y algo que nos une, el recuerdo de los que ya no están, la necesidad de homenajearlos, y lo díficil que a veces resulta encontrar el camino de vuelta.
Me gustaría volver y visitar esa isla de las brujas.
Una bruja.
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