viernes, 31 de octubre de 2008

La isla de las brujas y la noche de los muertos



Hoy es 31 de octubre, es la noche de los muertos y hay luna llena. Los cuervos pueblan toda la ciudad desde hace siete días. A orillas del Tisza, a unos centenares de metros de la ciudad, queda la linde del bosquecillo al que denominan isla de las brujas, pelado de hojas por el otoño y sumido ahora en la penumbra de la noche. Un murciélago vuela por el anochecer. Todavía hay algunos pescadores y nosotros avanzamos con las bicicletas hasta encontrar un recodo adecuado para el rito que queremos realizar. Todo está en silencio, excepto los ecos habituales de la naturaleza, sospechosos siempre en estas circunstancias. Un bicho bastante grande nada por el centro del río, resulta inidentificable. Es la noche de los muertos y los espíritus. En casa nos aguarda nuestra calabaza vacía, esperando con su sonrisa entre cómica y asustadiza, su vela, y también nos espera, tembloroso, un dulce de calabaza, listo para comer. Pero ahora estamos lejos de casa, camino de las sombras, por el sendero de la isla de las brujas, en una noche que, de alguna forma humana, hay que celebrarla. También si se está lejos de casa.

El lugar lo merece doblemente. Hace casi trescientos años en este mismo paraje se consumó la última quema de brujas en Europa, mediante el conocido proceso de Szeged. 13 personas fueron quemadas, el 14 de junio de 1728, y una fue absuelta por embarazo. Previamente, durante el proceso, otras cuatro habían perecido por las torturas y la “prueba” del agua: arrojados al río, aquellos que flotaban eran juzgados y sentenciados; los que no, eran inocentes. Pero los inocentes ya no volvían nunca más y, aogados, eran arrastrados por la corriente del río. Este proceso escandaloso y excepcional en tierras húngaras, que pese a lo que nos sugiera su evocación era bastante pobre en brujerías, parece que tuvo lugar por una serie de cambios climáticos bruscos problemáticos para la economía local y una serie de privilegios otorgados a ciertos extranjeros que llegaban a la ciudad para asentarse. Poco a poco cundió el pánico al hablarse de brujas y aquello generó una venganza social. Se utilizaron los manuales inquisitoriales más crueles existentes en Europa en un proceso que comenzó el 14 de junio de 1728 y que finalizó en el fuego poco más de un mes después.


Desde aquel instante al lugar de la ejecución se lo conoce como isla de las brujas, y en esta noche de fantasmas intentamos recordar este hecho formidable. La luna llena ilumina el curso del río. Nos sentamos a la orilla. Pensamos también, cada uno, en nuestros fantasmas, en nuestros muertos, en nuestras vidas. En aquellos que ya se los llevó el río, esos ríos que van a dar a la mar. Es obvio que el destino ha preparado esta mañana la clase de literatura y he tenido que explicar aquellas coplas de Manrique a la muerte de su padre. En algún momento y lugar suena una campana lejana. Sólo escuchamos su eco. Despierte el alma dormida, avive el seso y depierte...

Encendemos una vela, al modo budista, y la hacemos flotar en el río. Brilla como nada en el paisaje, y al principio parece viajar a contracorriente, río arriba. Es quizás el espíritu de los muertos, que se manifiesta sobre toda ley natural. Finalmente, alcanza el centro del río y la llama comienza su viaje inexorable, alma en pena. En el cielo, titilan las estrellas; en el agua, flota y se consume, lentamente, la llama. La vemos alejarse y nos retiramos, buscando en el silencio oscuro la salida del bosquecillo, un sendero que nos conduzca de regreso a la vida cotidiana. Encontramos la pista de tierra, el camino de los vivos: desde allí se ve otra luz, la luz de la ciudad; las torres iluminadas de la iglesia votiva, por encima de todo, nos dan la bienvenida mientras sus campanas, y por encima de todas la llamada campana de los héroes, tañen anunciando una nueva hora que pasa, una hora que ya ha pasado, una hora que hemos consumido, quizás también consumado, y que ya no volverá.

domingo, 26 de octubre de 2008

Hungría y su fantasma

Últimamente escribo mucho sobre Hungría. En realidad, publico mucho sobre Hungría. Tres años allá no pasan en balde. Los textos publicados hasta ahora, de hecho, fueron redactados durante mi estancia en ese corazón de Europa, que late tan fuerte en su paisaje, su geografía humana y urbana. No existían los blogs, pero quise publicarlos en la red, y así lo hice con unos pocos. Luego tuve miedo y lo dejé. En cualquier caso ahora regresan como fantasmas plenos de memoria. Hungría, desde entonces, siempre ha sido un fantasma en la memoria, una realidad a la que cirtualmente regreso a través de la relectura de estos textos, y también cuando escucho algún disco de folklore o cierta ópera rock. Por ello pienso que es probable que siga ampliando la serie A orillas del Tisza, ahora en la escritura desde una distancia geográfica y temporal mucho mayor, sin duda, pero no creo que menos intensa. No sé por qué hace falta una justificación, pero a veces el deseo de hacerla es suficiente. Es simplemente que amar, a veces, no tiene explicación, e invento un artículo absurdo como este para llamar puramente la atención, como un enamorado torpe y deseoso de que todo el mundo se fije en lo que el amor produce sobre él. Qué tontería, ¿verdad?