sábado, 3 de diciembre de 2005

Viernes negro, la cultura del shopping

La noche familiar del Thanksgiving con sus kilos de comida termina en la madrugada de inicio del periodo de las compras de Navidad, aunque aun falte un mes para la llegada de Santa.

Las cinco de la madrugada es la hora mágica en la que numerosos estadounidenses no quieren perder ni una buena oferta ni una tradición bien propia del consumismo delirante que caracteriza su cultura en el último siglo. A las cinco de la madrugada del viernes que sigue al Thanksgiving, los principales almacenes y zonas comerciales abren las puertas ante una cola inmensa de familias e individuos dispuestos a conseguir esas game-boys para los sobrinos o una televisión digital nueva y extraplana. La semana anterior los buzones han quedado repletos de propaganda, y en algunas casas, la sobremesa del día de Acción de Gracias, ya visto y olvidado el tradicional partido en la TV, se consuma con una lectura comunitaria de los folletos publicitarios. Y así llega el Black Friday, uno de los de más actividad comercial en todo el país. Me han contado los testigos de este año, que la buena educación no tiene lugar, y cada cual se lanza como puede a por lo que puede. Es el clímax de la cultura del shopping, de las compras, en este país en el que el día a día cotidiano se llena de algo que te venden, de algo nuevo que comprar, de algo viejo que guardar en el garaje, revender, donar, o raras veces tirar. por ejemplo, en el centro de Reno existe un Antique Market que, por supuesto, no vende principalmente antigüedades, aunque pueden encontrarse algunas chapas metálicas de mediado de siglo XX, e incluso alguna estufa de principios de siglo, y está lleno, a modo de bazar, de auténticos cachivaches en todo tipo de accesorios, muebles y juguetes, Barbies de segunda mano incluidas. Mucha gente se desprende de muchas cosas, y algunas llenan este tipo de tiendas, que según el estilo acaban pareciendo un museo del caos. En otro tipo de almacenes, es fácil descubrir algo similar pero con el resto de stocks que no se vendieron en otros grandes almacenes, y el chocolate y los bombones se mezcla con marcos para cuadros o pantalones de tallas sueltas. Y sin duda, por materialista que sea, esto forma una cultura del consumo que va desde la oferta más reciente de un producto nuevo y en promoción hasta el mueble de cuarta mano que es buscado por el estudiante que alquila piso y necesita amueblar, porque todos los pisos se alquilan vacíos. Los Estados Unidos conforman así un país de movimiento continuo de objetos que se trasladan, se compran, se venden, se donan. No es extraño ver los famosos pickups (rancheras) y furgonetas varias, trasladando muebles de una zona a otra de la ciudad, porque se ha comprado casa nueva, o de una ciudad a otra porque se ha cambiado de trabajo. Algunos objetos se trasladan, y otros se venden o dejan, se donan para los más pobres. En primavera, en relación con esta cultura, es muy fácil encontrar ante los garajes o jardines de las casas, carteles que indican la venta de algunos muebles de la casa a precio de saldo; se pregunta al dueño, que posiblemente esté sentado ante su casa, rodeado de algunos muebles y objetos que quiere vender (incluso discos compactos de música), y se visita la casa en busca de un mueble que desea ser retirado para cambiar, como cada año, el estilo del salón. Uno llega con su furgoneta, para, compra, y marcha con este mueble que el próximo año, a su vez, venderá para conseguir otro mejor, quizá no de segunda mano. No deja de ser sorprendente y admirable, si obviamos os aspectos morales de tanto consumo, cómo funciona esta cultura de consumo a todos los órdenes y en relación con todos los objetos que entran en el juego: desde el centro comercial que ofrece la novedad tecnológica hasta el bazar de antiguallas que tiene ya lo que pocos quieren y, eso sí, unas cuantas curiosidades que merecen la pena, aunque estén entre un caos un tanto morboso de muñecas mutiladas y pasadas de moda, y algunas latas y vasos de vidrio usados que a saber de qué guerra doméstica llegaron.

jueves, 24 de noviembre de 2005

Oración del Día de Acción de Gracias

Desde 1621, en que los primeros colonos europeos llegaron a Nueva Inglaterra, sin saber qué les depararía el Nuevo Mundo, en lo que ahora son los Estados Unidos de América se da las gracias a Dios por los frutos del trabajo y la cosecha del año precedente.

Tras medio día de ayuno, se celebra una comida que en la actualidad es pantagruélica y, según algunos americanos, el elemento esencial de la festividad, simbolizado en un pavo enorme que sale de un horno aun más enorme, horno que parece esperar todo el año para ser utilizado con dignidad.

Oración

Gracias, Señor,

por todos los bienes que hemos recibido

este año,

por todos los paisajes,

por todas las amistades,

los rostros, los lugares,

por todo lo aprendido,

por todo lo trabajado

en nombre de los hombres.

Gracias, Señor,

por tu infinita Prodigalidad,

que quizás otros,

buenos o malos hombres,

no han podido conocer.

P. S.: Desde el dia de mañana, se abre la temporada de compras para Navidad.

sábado, 19 de noviembre de 2005

Reno, the Biggest Little City in the World

Reno, una ciudad chiquita que pretende ser grande. Pero las luces no engañan lo suficiente, los espectáculos anunciados en los casinos no crean la suficiente expectación. No hay tanto como esta ciudad quiere aparentar en un principio, y finalmente lo que hay tampoco corresponde a lo que merece una ciudad chiquita como esta.

Nada en Reno es lo que debería ser, lo que la ciudad quiere ser, nada encaja en Reno. Hay como una niebla invisible, como una maldición que pesa sobre esta ciudad. No hay vida en todas sus luces, que tampoco son suficientes, no hay un movimiento de gente -eso,sí, coches que pasan- y la gente que se mueve son algunos grupos de estudiantes aislados, y los omnipresentes vagabundos, buscando encontrar algo para pasar la vida. El strip de Reno es realmente pequeño, y escasamente intenso en actividad. Es como cruzarse por el desierto con un bar gasolinera aislado que ofrezca un espectáculo de Broadway. Esa es la sensación que deja el downtown de Reno, que empieza y termina en ese arco de luces donde luce, con aparato luminoso pero sin convicción, el lema de la ciudad. Algo que busca querer ser más que poder ser. Que aspira a ser grande espectáculo pero que no cuaja, porque Reno es y ha sido siempre un lugar de paso, el camino a California, la parada de los buscadores de oro y plata que, tras su cosecha de riquezas, se marcharon a San Francisco; la parada constante de los que atienden a los viajeros, de los que crearon el juego para ganarse la vida, de los que quedaron atrapados por el juego y en él lo consumen todo. Como en un ciclo viciosamente maldito, sigue siendo un lugar anclado en esta maldición. Y no puede crecer, cambiar, no puede brillar de ningún modo, atrapada por la fuerza centrífuga que la genera. Reno está embrujada y probablemente no se da cuenta. No se resiste a sí misma. Crece y se consume en su propia forma de vida. Y luego se deja estar, consumir. Reno es el sapo de los cuentos, pero un sapo que no se convierte en princesa, en la princesa del desierto que podría aspirar a ser.

martes, 15 de noviembre de 2005

Reno, o la cultura del casino

Reno se divide en tres áreas de actividad: la Universidad, los casinos, barrios laberínticos de casas con jardín o sin él.

Entre estos últimos, hay gran variedad de lujo y pobreza, con barrios de pobres y de ricos. Ante estas opciones, podemos desarrollar al menos tres actividades, fundamentalmente: estudiar, apostar, quedarnos en casa. Los casinos de Reno son el motor de la ciudad, son peqeños barrios completos en el interior de un edificio: el casino no es solamente para apostar, y en Estados Unidos se entienden como un lugar de ocio más, una especie de mezcla entre parque temático y centro comercial. En un casino cualquiera, que intentará sorprendernos con algún tipo de decoración no siempre temática y coherente, podemos ir a la peluquería, podemos tomar algo en una "terraza" interior, podemos asistir a un espectáculo de humor o música, podemos comer en los bufés o restaurantes étnicos, podemos pasear por entre sus "calles", comprar algunos souvernirs, podemos incluso alquilar una habitación y quedarnos a vivir un tiempo en este mundo sin tiempo de atardecer perpetuo. Abiertos las 24 horas, con una iluminaciónconstante y un tanto taciturna, hay que señalar que no todos los servicios están activos continuamente, aunque las máquinas tragaperras y algunas apuestas en la mesa no descansan nunca. Ni las señoritas de compañía, discretamente esperando almas hambrientas. Los casinos son lugares tranquilos, que animan al menos en Reno a una modorra física y mental, a observar a los turistas que llegan en parejas como disfrazados de cow-boys o de Elvis, en grupos con unos tejanos y sombrero de carnaval. Pasean, se sienten de vacaciones y llaman la atención con algunos gritos, como se acostumbra aquí para demostrar que lo pasas en grande y que se está haciendo algo fuera de lo común, fuera de la trazada vida diaria que sólo permite la buena educación. Sin embargo, una de las tareas más productivas y disfrutables, y de la que participan turistas y locales, sin duda alguna, es pasar la tarde cenando en el mejor de sus bufés, donde se encuentra de casi todo en abundancia y con una calidad superior sin duda a la comida rápida a la que nos tienen acostumbrados los estadounidenses. Si además la compañía es buena y se conversa, tanto mejor. Porque por lo demás estos casinos tienen mucho de impersonal, de vagabundeo por sus pasillos enmoquetados sin un rumbo fijo, salpicado el recorrido de moquetas, tragaperras y mesas de juego: por supuesto, para alcanzar los restaurantes se deben recorrer al menos doscientos metros de sala repletas de luces y máquinas y, como Ulises, hay que resistirse al canto de sus sirenas. Muchos han quedado ya atrapados, con su mirada perdida en un azar luminoso y cautivos en su sonido de repetición. Son visitantes permanentes, los numerosos viejos, viejas, vagabundos de edad indefinible que sostienen sin esperanza pero con resistencia una cerveza en su mano derecha -servida por una jovencita estudiante de minifalda apretada y pasada de moda- y un cuarto de dólar en la izquierda. Los casinos son, al fin, lugares desolados y escasamente frecuentados por la auténtica alegría y la diversión. Ni siquiera hay pecado en ellos, sólo una representación indolente y postmoderna del alma abandonada a su suerte en un limitado paraíso artificial y la hipnosis de un ambiente dominado por la ausencia de algo en que pensar, atrapada la mente por una combinación bien estudiada de luces y sonidos, que reclaman paciente y constantemente su atención hacia una consumación ritual en el juego, el estómago, los sentidos. Los casinos de Reno, otro desierto de paso, modernas ciudades fantasmas del Oeste americano.

lunes, 14 de noviembre de 2005

Great Race Balloon!

A las cinco de la mañana, aunque sea el mes de septiembre, está oscuro y hace frío. Pero merece la pena.

Quizás sea uno de los acontecimientos al mismo tiempo más hermosos e impresionantes organizados en Reno e incluso en todo el estado de Nevada: la gran carrera de globos. Todo comienza muy temprano, a las cinco y media de la mañana un par de globos, entre las sombras de la noche, hinchen sus telas con fogonazos de helio. Ya se ha reunido un número nutrido de curiosos, los altavoces marcan un compás de fondo. ¿Por qué tan temprano? ¿Por qué sólo tres globos? El espectáculo va a comenzar, no son las seis y tres globos de colores hermosos como bombillas ascienden con suavidad y, con el horizonte despuntando en un suave amanecer, estos tres elementos de aire juegan con el fuego y la música para mostrar ante los ojos atónitos como de críos la belleza de una danza ritual del fuego que abre la mañana. poco a poco se pierden en esa claridad de la mañana y es entonces cuando un centenar de globos comienzan a hincharse en la siguiente hora, ya de día, alzándose con lentitud y buscando un lugar en el cielo. Muchos y variados colores, formas increíbles. El globo-juez es un águila ante la cual suena, al elevarse, en primer lugar, el himno de los Estados Unidos. También ascienden dos abejas aerostáticas, y después, un conejo, una auténtica diligencia del Oeste, una palmera con tucanes, una casa con jardín, y decenas de globos clásicos con decorados variadísmos. Parece que la tierra, el desierto, se vuelve un poco más ligero, con ese cielo moteado y pleno de helio de formas y colores. Parece que ese cielo limpio y azul, que siempre permanece encima, como si no fera más que un fondo necesario del paisaje, se liberase por momentos, y formase parte de nuestro mundo, de nuestra geografía como una nueva redescubierta región habitable. Al final, es difícil saber quién gana la carrera, pero no importa. Los globos permanecen. Nos enlazan con lo que hasta ahora nos parecía límpido e impenetravle decorado azul. Y la imagen de los globos suspendidos entre el cielo y el suelo, como habitando un resquicio de la eternidad, forja una estampa de fuego que la memoria retiene, como flotando, sin temor a perderla: es como recuperar un continente perdido. suave, etéreo, fácil, leve, hermoso como pocos.

domingo, 30 de octubre de 2005

Nevada Day

Nevada Day

Nevada, Estados Unidos

36 estado de la unión, reconocido oficialmente el 31 de octubre de 1864. Conocido como The Silver State, por sus minas de plata. Limitado por enormes sistemas montañosos como Sierra Nevada, el estado se esparce en varios inmensos desiertos, desde el Great Basin al norte hasta el Mojave en el sur. Tierra de mineros, algunos vaqueros, pastores vascos, extraterrestres, pruebas nucleares y oscuros secretos militares (área 51). Está ampliamente regulado y permitido el juego y la prostitución. Las Vegas con sus casinos temáticos es su ciudad mayor y más famosa.

Himno oficial:
(Escuchar)

Home Means Nevada
Written & Music by Bertha Raffetto

'Way out in the land of the setting sun,
Where the wind blows wild and free,
There's a lovely spot, just the only one
That means home sweet home to me.
If you follow the old Kit Carson trail,
Until desert meets the hills,
Oh you certainly will agree with me,
It's the place of a thousand thrills.

Home, means Nevada,
Home, means the hills,
Home, means the sage and the pine.
Out by the Truckee's silvery rills,
Out where the sun always shines,
There is the land that I love the best,
Fairer than all I can see.
Right in the heart of the golden west
Home, means Nevada to me.

Whenever the sun at the close of day,
Colors all the western sky,
Oh my heart returns to the desert grey
And the mountains tow'ring high.
Where the moon beams play in shadowed glen,
With the spotted fawn and doe,
All the live long night until morning light,
Is the loveliest place I know.

Home, means Nevada,
Home, means the hills,
Home, means the sage and the pines.
Out by the Truckee's silvery rills,
Out where the sun always shines,
There is the land that I love the best,
Fairer than all I can see.
Right in the heart of the golden west
Home, means Nevada to me.


sábado, 29 de octubre de 2005

Reno, incierta ciudad de paso

La historia de Reno, Nevada, está unida a dos elementos que traen y llevan gente: un tren y el negocio de unas minas de plata.

Fundada el 13 de mayo de 1868 y tomando prestado el apellido de un oficial unionista muerto en la guerra civil, muy lejos de estas tierras, Reno nació como un puente sobre el río Truckee que conectaba la cercana Virginia City con la Ruta de California, la más importante vía de comunicación que atravesaba el Lejano Oeste. El puente, modernizado, todavía se mantiene, y da entrada al downtown o centro de la ciudad. Un centro dominado por la omnipresencia de altos casinos y bajos moteles, luces rosas, verdes, arco iris fluorescentes, coches en hilera entrando y saliendo de los casinos o simplemente cruzando, y sólo algunos viejos, locos y vagabundos perdidos en el vacío tránsito de las aceras. La actividad bulle de puertas para adentro, así que este downtown a menudo aparece entre una inquietante soledad, sin actividad alguna, sin rasgos de vida. Calles vacías. Algunos locos y tullidos olvidados por el sistema y por los hombres. No hay comercios, apenas salpican algunas tiendas de souvenirs, y las fachadas de los casinos delimitan esta vida social inexistente en el centro de una ciudad que parece ser de paso, a medio hacer. El tren de la Union Pacific, aquel por el que nació la ciudad, pasa sin detenerse varias veces al día y también por la noche, con su prolongado y persistente pitido, a menudo sin pasajeros, repleto de una opaca e indescifrable mercancía, e interrumpe el tráfico rodado con su larga cola, inmensa y pesada; un tren que se sacude el frío del lejanísimo Chicago y busca la humedad cálida y neblinosa, ya cercana, de la bahía de San Francisco. Este tren centenario atraviesa pesadamente las luces fluorescentes, este tren del dinero cruza las modernas minas de plata que ahora son los casinos, sin detenerse. Virginia City es un bello pueblo del pasado, lleno de fantasmas y pendencias de la fiebre del oro y la plata, y Reno toma su relevo en el siglo XX, un relevo de gente que pasa a trabajar en las minas que son los casinos, en sus túneles conectados, o gente que pasa el fin de semana entre máquinas de juego, buffets y espectáculos con treinta años de nostalgia. O gente que pasó la frontera de México y, sin papeles, buscan un lugar donde empezar, y pasar luego a otro lado. Entre la desolación de los casinos y sus luces apáticas observando impertérritos la soledad de sus calles, los aparcamientos inmensos de innumerables coches dormidos, los destartalados moteles de carretera y las blancas capillas de boda al instante, desde el centro de Reno se oye por la mañana, por la tarde y en la nocturnidad de la noche, casi a todas horas, como atrapando con su lazo sonoro a la ciudad, ese prolongado pitido de un tren que pasa, pasa, pasa.

Un tren que cruza silbando este centro fantasma de circularidad obsesiva en el juego y el sueño americano de la fortuna, un tren que con su silbido perenne abraza este centro y lo aisla y determina aún más en su circularidad sin fin y sin salida, pero que nos recuerda en los momentos de lucidez la existencia de otros lugares afuera. Sin embargo, cuando finalicen las obras -nuevos mineros- que pretenden hacer subterráneo el paso del tren, ese centro fantasma se sumirá en el silencio de los lugares que sólo existen en sí mismos y sus nombres se recuerdan en antiguos mapas como leyendas lejanas de lugares inencontrables.

martes, 25 de octubre de 2005

Reno, la jaula de cristal

Reno es una delicada burbuja de cristal en la que un pequeño hormiguero de almas translúcidas desarrolla una vida laboriosa de comunidad. La aparente precisión y perfección de la vida estadounidense acaba creando en este lugar la persistente sensación de una jaula de cristal de la que uno no puede escapar.

Más, la sensación de que no hay de qué escapar, isla de civilización en un mar de desierto; acaso, al otro lado de las montañas, al bosque salvaje de Sierra Nevada, en cuyas cumbres se perdieron y murieron numerosos colonos al quedar atrapados durante el invierno; acaso, hacia el norte, abándonandonos al puro desierto que es Nevada.

Reno, burbuja en el desierto, cuenta con unas doscientas mil almas semiflotantes sobre llantas de caucho que después de su trabajo se distribuyen mediante sus doscientos mil vehículos entre los numerosos chalés que intentan repoblar la tierra seca y árida de la llanura que aquí comienza. Algunos pasarán un rato en cualquiera de los casinos, luminosos e irreales, para cenar en alguno de sus bufés o para jugar algunos dólares. Otros pasarán por el Mall y otros lugares donde comprar algo más que lo necesario para la casa con jardín, al fin otra manera de jugar con dólares. De una burbuja a otra, llegan a sus casas y se enciende el televisor, burbujita de cristal con los terrores del día -negros, chicanos, psicópatas, y enemigos exteriores- y las ilusiones generosas de los concursos -amor, dinero.

Pero ello refuerza esa vida en comunidad, vida que debe lucharse cada día, mejorando continuamente, precaviéndose hasta el infinito de todo lo que pueda suceder porque ya hay indicios de algo malo. La alerta corre por toda la burbuja, la burbuja se sacude y puede romperse, así que hay que mantenerse firmes y, escuadra y cartabón, controlar por completo cada uno de nuestros movimientos diarios, nuestros pasos, los lugares a los que acudimos y lo que hacemos, y comprobar que lo que los demás hacen está en su sitio y se cumple la Ley. La Ciudad con Ley. Todo en su preciso lugar.

Aunque la prostitución es legal y está protegida y promocionada en Nevada, por buscar prostitución en la calle, preguntando públicamente a unas prostitutas que no deberían estar ahí, sino en un local, media docena de hombres son denunciados, detenidos y sus nombres y apellidos aparecen en el periódico local ante la vista de la comunidad. Nadie queda impune, la burbuja pública y social debe quedar incólume, y públicamente limpia, protegida. Ya dentro de los casinos o los clubs... qué importa, todo está en regla.

Reno, burbuja perenne, es la puerta de saloon al Salvaje Oeste.

lunes, 11 de abril de 2005

¡Vida más allá de los casinos!

Aunque a estas alturas de la historia parezca increíble, el centro de Reno mantiene aproximadamente dos bloques de edificios de principios de siglo XX, asomados al río (pequeño, discreto, pero vivo) Truckee, un río que trae las aguas del Lago alpino más azul de los Estados Unidos, el Tahoe, y cruzando Reno (también el río pasa, como casi todo en este lugar), llega a desembocar en otro lago, el Pyramid, donde quedan algunos indios dedicados al juego y la bebida.

Esta zona realmente parece un lugar de paseo donde intentan sobrevivir algunos comercios al estilo europeo, un teatro independiente, una buena librería a la antigua usanza y un par de cafeterías de sandwiches exquisitos, contrarrestando el ambiente de barato souvenir y motel de carretera, un tanto abandonado y pendenciero de las calles adyacentes. Pero pocos pasean, apenas nadie en sus tiendas. Sin embargo, el calor del verano produce pequeños milagros: algunos locos que desafían las buenas costumbres, especialmente jóvenes, e incluso alguna familia latina, se acercan con sus flotadores, ¡y al río! Con ropa o en bañador, eso no importa. El ambiente es entonces de una normalidad y una espontaneidad difícil de encontrar en las calles de este país: hay chapuzones, comentarios, grititos, diversión. La tienda que alquila material deportivo tiene preparados kayaks y flotadores gigantes para la temporada veraniega. Claro, esto no es el inmenso, elegante y azul Tahoe, pero sirve a unos pocos estudiantes y familias que no tienen coche o recursos, cual playa de pobres. Al menos, limpia y natural. Probablemente, muchos habitantes de Reno ni siquiera concozcan esta práctica tan natural que, a tenor de los hábitos locales, resulta incluso subversiva, aunque nadie la prohíbe. El Truckee a su paso por Reno, justo debajo del puente que vio nacer a esta ciudad, es un respiro en verano, un alivio de humanidad divirtiéndose en pleno relax y naturaleza. Un reducto protegido por edificios antiguos que apenas pueden ocultar las calles y los casinos detrás, a la vuelta de la esquina. En una tarde de siesta de verano, desde el río, flotando sobre sus aguas, se ve, a quien lo quiera mirar, una extraña fusión de planos: el río y sus bañistas, la iglesia-catedral católica, los sempiternos casinos y el eterno y un tanto irreal azul del cielo de Nevada, como marcando los límites del mundo.