martes, 15 de noviembre de 2005

Reno, o la cultura del casino

Reno se divide en tres áreas de actividad: la Universidad, los casinos, barrios laberínticos de casas con jardín o sin él.

Entre estos últimos, hay gran variedad de lujo y pobreza, con barrios de pobres y de ricos. Ante estas opciones, podemos desarrollar al menos tres actividades, fundamentalmente: estudiar, apostar, quedarnos en casa. Los casinos de Reno son el motor de la ciudad, son peqeños barrios completos en el interior de un edificio: el casino no es solamente para apostar, y en Estados Unidos se entienden como un lugar de ocio más, una especie de mezcla entre parque temático y centro comercial. En un casino cualquiera, que intentará sorprendernos con algún tipo de decoración no siempre temática y coherente, podemos ir a la peluquería, podemos tomar algo en una "terraza" interior, podemos asistir a un espectáculo de humor o música, podemos comer en los bufés o restaurantes étnicos, podemos pasear por entre sus "calles", comprar algunos souvernirs, podemos incluso alquilar una habitación y quedarnos a vivir un tiempo en este mundo sin tiempo de atardecer perpetuo. Abiertos las 24 horas, con una iluminaciónconstante y un tanto taciturna, hay que señalar que no todos los servicios están activos continuamente, aunque las máquinas tragaperras y algunas apuestas en la mesa no descansan nunca. Ni las señoritas de compañía, discretamente esperando almas hambrientas. Los casinos son lugares tranquilos, que animan al menos en Reno a una modorra física y mental, a observar a los turistas que llegan en parejas como disfrazados de cow-boys o de Elvis, en grupos con unos tejanos y sombrero de carnaval. Pasean, se sienten de vacaciones y llaman la atención con algunos gritos, como se acostumbra aquí para demostrar que lo pasas en grande y que se está haciendo algo fuera de lo común, fuera de la trazada vida diaria que sólo permite la buena educación. Sin embargo, una de las tareas más productivas y disfrutables, y de la que participan turistas y locales, sin duda alguna, es pasar la tarde cenando en el mejor de sus bufés, donde se encuentra de casi todo en abundancia y con una calidad superior sin duda a la comida rápida a la que nos tienen acostumbrados los estadounidenses. Si además la compañía es buena y se conversa, tanto mejor. Porque por lo demás estos casinos tienen mucho de impersonal, de vagabundeo por sus pasillos enmoquetados sin un rumbo fijo, salpicado el recorrido de moquetas, tragaperras y mesas de juego: por supuesto, para alcanzar los restaurantes se deben recorrer al menos doscientos metros de sala repletas de luces y máquinas y, como Ulises, hay que resistirse al canto de sus sirenas. Muchos han quedado ya atrapados, con su mirada perdida en un azar luminoso y cautivos en su sonido de repetición. Son visitantes permanentes, los numerosos viejos, viejas, vagabundos de edad indefinible que sostienen sin esperanza pero con resistencia una cerveza en su mano derecha -servida por una jovencita estudiante de minifalda apretada y pasada de moda- y un cuarto de dólar en la izquierda. Los casinos son, al fin, lugares desolados y escasamente frecuentados por la auténtica alegría y la diversión. Ni siquiera hay pecado en ellos, sólo una representación indolente y postmoderna del alma abandonada a su suerte en un limitado paraíso artificial y la hipnosis de un ambiente dominado por la ausencia de algo en que pensar, atrapada la mente por una combinación bien estudiada de luces y sonidos, que reclaman paciente y constantemente su atención hacia una consumación ritual en el juego, el estómago, los sentidos. Los casinos de Reno, otro desierto de paso, modernas ciudades fantasmas del Oeste americano.

No hay comentarios: