lunes, 12 de noviembre de 2007

El sabbath y la celebración de la palabra y el Libro

Hace unas semanas tuve la oprtunidad de asistir a un sabbath en su aspecto de celebración en comunidad, algo que en Europa, por la necesidad casi absoluta de pertenecer a la comunidad hebrea para poder asistir a los rituales, me impidió durante mucho tiempo disfrutar de uno de los encuentros espirituales de una de las comunidades religiosas más antiguas.

Así como el latín, idioma oficial del cristianismo católico, fue ya abandonado hace un tiempo para el ritual de la misa, el hebreo se mantiene como seña de identidad al enfrentarse a la lectura de la Torah en la festividad semanal del descanso judío. Nunca había escuchado tanto tiempo, y por supuesto en vivo y en directo, hebreo leído y cantado. El hebreo resulta profundamente musical, enigmático además para un lectoescritor de lengua romance y caracteres latinos. Pude seguir todo el oficio gracias a un libro litúrgico bilingüe inglés-hebreo, lo cual me ayudó enormemente a comprender cada una de las secciones dedicadas a la alabanza divina, a la oración por los seres queridos, etcétera. Pero sin duda alguna, la parte central del encuentro lo ofrece la lectura del libro sagrado, la Torah. No sé si fue el destino o la casualidad, que ambos se confabulan muchas veces, pero aquel día se comenzó el Antiguo Testamento, con la lectura de los capítulos iniciales del Génesis, la Creación del mundo y los seres humanos. La lectura se realiza además por secciones, alabadas después con un salmo. Cada sección la lee un feligrés distinto, que se releva entre el público asistente. Así, la lectura en comunidad del libro sagrado se convierte en ritual de difusión y reflexión sobre la palabra divina, en continua dramatización. Palabra que pasa por labios de distintos feligreses, que emana y se transmite literalmente por la comunidad. Creo que nunca he visto un ritual religioso tan filológico, por su amor a la palabra y al encuentro en la lectura -qué importante es aprender a leer-, y uno recuerda el trabajo interminable de los sucesivos rabínos anotadores de la palabra de Dios, y también de esa concepción del libro como mundo circular de posibles palabras combinadas que Borges sincretizó en sus relatos. Primero, durante la celebración, la lectura, la letra cantada y algunas palabras de reflexión ofrecidas por el rabino correspondiente, circularon continuamente en torno a ese Libro que físicamente es extraído entre varias personas, paseado ante ellas y desnudado ante la mirada respetuosa de los fieles, y leído (a veces con dificultades, no todos son hablantes nativos de hebreo, pero el rabino ayuda con escuetas correcciones) e interpretado, actuado, por ellos ante el altar: uno tras otro, acceden al rollo -nada menos que uno de los soportes más antiguos para la transmisión escrita- iniciando cada lector, con un gesto hecho conuna péñola para marcar invisiblemente el recorrido de los caracteres, el capítulo correspondiente, y salen de él con un respetuoso beso al cordón umbilical que pende del rollo sagrado y el samo sancionador. Como filólogo, ya que no como judío, no pude menos que emocionarme ante esa reverencia ritual hacia el objeto mismo que contiene la palabra de Dios, de una manera más intensa y activa que la del cristianismo católico hacia la Biblia en sus misas dominicales. La ceremonia, finalmente, se rubrica fuera de la sinagoga, compartiendo un poco de pan y vino, que los fieles deben tomar a un tiempo, desgajando el pan dulce como si los judíos dispersos por el mundo tomasen el pedacito de la tierra donde habitan en el planeta, y el pan fuera la comunidad de todos esos territorios y almas dispersas. En cualquier caso debo decir que como toda ceremonia donde la palabra, las viejas palabras, son las protagonistas, y la participación en ellas es parte fundamental del ritual, resultó una experiencia inigualable por la oportunidad inmensa que una amiga generosa decidió dar al invitar a sus amigos a compartir un día en su comunidad religiosa, con la única ilusión de mostrar una segunda casa, la espiritual, a quienes hasta entonces sólo conocían en otros ámbitos más cotidianos y externos. Ella, a su vez, guarda desde ese día un damasquinado toledano con la estrella de David, símbolo de la convivencia religiosa medieval hispana entre las tres culturas provenientes de las tres corrientes principales religiosas que surgieron inicialmente de la religión hebrea.

Shalom.

1 comentario:

El Guisante Verde Project dijo...

Me fascina la historia de las religiones, me apasionan los libros, pero además tener la oportunidad de reunir devoción, lectura en voz alta, historia, significado... y sobre todo poder compartirlo con otros me parece una experiencia alentadora. Veo las sinagogas como un espacio cerrado, protegido con muchas medidas de seguridad, pruebo a visitarlas en florencia,en Szeged, en París... no es posible. Gracias por dejarnos ver por el agujero de la cerradura.