viernes, 11 de abril de 2008

Un paseo por el centro histórico de Szeged

Quizás porque su reconstrucción data de finales del siglo XIX el centro histórico de Szeged no está anclado en la evocación de un pasado lejano. Quizá también por esa misma razón es un núcleo urbanístico bien adaptado al resto de la ciudad, y penetramos en él con la adecuada transición, plena de naturalidad. Lejos queda cualquier vestigio del siglo de su fundación, el siglo XIII, a excepción de una torre en la actual plaza de la catedral, a excepción del río Tisza, el gran habitante de la llanura. Lejos, muy lejos incluso queda la mayoría de las casas y palacios anteriores a 1879, ahora puro recuerdo e imagen sólo de algunos grabados llenos de la nostalgia del blanco y negro, ya que a los edificios se los llevó el río con una inundación como nunca se había visto en la zona. Así, hallamos un centro histórico presidido por la ausencia y reurbanizado en pleno imperio austro-húngaro. Aún Hungría (junto con Austria) se extendía casi hasta Belgrado, doscientos kilómetros al sur de Szeged, y más allá de Arad, de Kolozsvár, cien, doscientos y más kilómetros hacia el este-noreste, y no era, ni de lejos, como le ha tocado ser en el siglo XX, una ciudad fronteriza, ni con Serbia ni con Rumanía.


Muchos de los edificios recuerdan a los grandes palacios budapestinos, aunque poseen una escala menos monumental, más aceptable para la vida cotidiana. La mayoría de estos edificios despliegan amplios patios interiores, luminosos, algunos con comercios y otros servicios. Disfruto especialmente con un patio de un edificio hermoso, de color rosa oscuro, sí, rosa oscuro. Todo el edificio, excepto el tejado, es rosa oscuro. En Szeged hay edificios rosas, verdes, azules, amarillos y blancos. Y de otros colores. Éste del que hablo ahora queda frente al puente viejo, un puente que une la antigua y nueva Szeged y que se reconstruyó, a juzgar por su estilo metálico, en la segunda guerra mundial. Así de viejas y nuevas son las cosas, también las ideas, en estos parajes. El edificio del que tratamos se usa como una serie de viviendas particulares. Evidentemente, la comunidad no tiene suficiente dinero (como sucede con tantos palacios en la capital, en Budapest, y también aquí) y las fachadas, una vez más, muestran sus arrugas con desconchones e irregularidades. No obstante, esto le otorga belleza, y colabora una vez más a labrar ese aspecto un tanto decadente, pero armónico, de la ciudad. Una avejentada puerta de madera da entrada al patio. Una escalera interior con paredes de color crema y columnitas blancas con capiteles en yeso blanco permite el acceso a sus tres plantas. Desde abajo, desde el centro del patio, vemos las balconadas, con flores, rejas y algunos adornos en los muros. No sé por qué, esta imagen me evoca el sur.


Es sorprendente pasear y descubrir cómo los edificios son muy diferentes entre sí, aun guardando una línea de diseño relativamente parecida. Llaman mucho la atención varios palacetes con decoración art-noveau. Hay uno en la calle Dozsa en cuya fachada destacan porcelanas de colores con formas florales. Parece que estas porcelanas proceden de la singular y centenaria fábrica de Zsolnay, en Pécs, famosa en el mundo entero durante la primera mitad del siglo XX, y aun su exclusividad perdura hoy. Hay otro junto a la plaza Dugonics (palacio Reök) con una escalera interior hermosísima, que representa un bosque de flores verdes. A muchos les recuerda el estilo de este edificio a algunas obras de Gaudí, aunque se asegura que el arquitecto (Magyar Ede) jamás conoció la obra del catalán. Junto al río tras un parquecito tranquilo y agradable, están, además de otros edificios, el Teatro Nacional de Szeged, ocre y solemne, y frente a él los restos mínimos de la antigua fortaleza que protegía la ciudad. Junto al puente y en el centro de la plaza Roosevelt, el museo, macizo y neoclásico, preside una fuente amplia y bella entre árboles y bancos. Los leones de la entrada parecen querer custodiar la fontana. Si seguimos adelante por la calle Oskola entre sus casas y edificios de colores llegaremos enseguida a la plaza de la iglesia (Dóm tér), una plaza marrón oscuro dicen que tan grande como San Marcos de Venecia y en cuya iglesia también creo descubrir otras posibles relaciones con la ciudad italiana. Esta plaza, a modo de plaza mayor, está rodeada por un pórtico sumamente curioso, ya que a lo largo de sus paredes desfilan uno tras otro más de un centenar de bustos de personajes representativos de la Hungría de todos los tiempos. Poetas, científicos, etnógrafos, guerreros, políticos, etc. Toda una iconografía de la historia y cultura húngara. En una de las balconadas frontales, además, existe un reloj que a determinadas horas permite mostrar un juego de autómatas musical en el que desfilan al son solemne de una melodía los representantes-arquetipo de la ciudad. En el otro frente se alza la iglesia votiva, elevada hace un centenar de años como reclamo y voto divino en homenaje a la supervivencia de la ciudad tras la trágica inundación de 1879. Con sus dos torres de 91 metros apuntando al cielo, desafía la horizontalidad del río, que corre a tan sólo unos pocos metros, con la verticalidad de sus líneas. Tras ella, queda el insigne edificio de la Casa de las Ciencias Húngaras y también la iglesia ortodoxa, con su torre característica. Si salimos por el pórtico de esta plaza llegaremos a la llamada Porta Herorum o Puerta de los Héroes (Hösök kapu), la puerta por la cual los soldados partían a la guerra y llegaban también de ella. Dedicada en especial a los héroes de la primera Gran Guerra, por ambos lados la custodian dos enormes soldados tallados en piedra que representan la vida y la muerte. En el interior de la puerta, se encuentran diferentes dibujos simbólicos en torno a la guerra, a los batallones, al pueblo húngaro en lucha, la magyar virtus. Una calle a la derecha, dedicada a Kossuth Lajos, héroe de la independencia, nos lleva hasta la plaza Dugonics, donde además de ocultarse entre los arbustos la estatua de este intelectual, nos encontramos con una de las fuentes más concurridas de la ciudad, ya que posee varias gradas de piedra de las que a ciertas horas brota música ambiental. Cuando es primavera y el sol calienta, cualquier persona que tenga media hora libre, reposa en paz durante unos minutos, mientras la vista y el oído se entretienen también con el agua de la fuente y la actividad del resto de los ciudadanos. También esta fuente está dedicada a la ciudad en relación con el agua, en el centenario de su inundación, pues unos versos de Juhász Gyula grabados en torno a ella recuerdan el hecho. En frente, el frontal amarillo del edificio de la Biblioteca Central de la Universidad de Szeged completa el escenario, con una estatua del atormentado poeta universal adoptado szegedino József Attila.


Desde Dugonics podemos cruzar la calle comercial y más emblemática de la ciudad, la calle Kárász. El kárász es un típico pececito de río muy sabroso en sopa y también frito con páprika molida. Pero no hay aquí ninguna pescadería, no hay pescaderías en hungría. La calle Kárász está recién restaurada, suma tiendas y cafés, también el inevitable McDonalds, y en algunos de los patios interiores de las casas, más tiendas y más cafés. En el centro de la calle queda la plaza Kláuzal, antigua plaza del mercado del pan, y cuyas casas sobrevivieron a la inundación y fueron modelo para reconstruir otras. Aquí se dan cita los actos solemnes de los días nacionales, pues una hermosa estatua blanca en honor a Kossuth recibe al visitante. También en esta plaza está la famosa pastelería Kis Virág, que antiguamente servía el mejor Somloi Galuska del país, pero actualmente puedo asegurar que no es así. Hatos Rétes, a su lado, es una pastelería especializada en los dulces llamados rétes y en eso son sin duda los mejores. Si salimos de esta plaza coqueta, allá por donde pasa el tranvía uno chirriando, podríamos toparnos en una esquina con la casa negra (Fekete Ház), un edificio singular de estilo romántico que también sobrevivió a la inundación. Su color oscuro le dio el nombre. Pero volvamos a Klauzál tér, porque desde allí enseguida se termina la calle Kárász y llegamos a otra de las plazas de la ciudad, la más popular, dedicada también a otro político eminente del pueblo húngaro: la plaza Széchenyi, plaza inmensa con un jardín central. A uno de sus lados, el ayuntamiento, vestido de flores y cubierto con ese color amarillo ocre tan característico de cierta época de la historia húngara. Está unido a otro edificio por un pasaje que aquí denominan “puente de los suspiros”, pasadizo por el cual deambulaba a su gusto el emperador Francisco José cuando visitó Szeged, pasadizo ante el cual suspiran los szegedinos por tratarse de la conexión entre el ayuntamiento y el edificio de la Hacienda local. Si bordeamos el ayuntamiento nos encontramos con el edificio que actualmente pertenece a la compañía ferroviaria estatal (MÁV), y puede verse una locomotora antigua en su jardín. Por el frente, el edificio es realmente bello, con un aire flamenco, y encara una placita céntrica desde donde se accede a los baños termales de la ciudad (de estilo turco y en plenísima decadencia por el momento) y a una iglesia calvinista (la iglesia del gallo, pues un gallo culmina su torrecita) encantadora. Pero lo más curioso y popular de esta plaza reside en una sencilla y pequeña fuente de agua con propiedades minerales, a la que muchos acuden diariamente, y que está coronada por la estatua de una chiquilla a la que llaman Ana. Así, la fuente de Ana (Anna kút) es un lugar que podría pasar desapercibido para cualquier turista, pero inevitable para cualquier szegedino.


Un poco más lejos, en una zona agradable de calles tranquilas y arboladas de la ciudad, en el centro del barrio judío, en la calle Jósika, podríamos descubrir las sinagogas (la antigua y la nueva), dos lugares de belleza incomparable que la comunidad hebrea de la ciudad se esfuerza en cuidar. De hecho, la sinagoga nueva está considerada como la más bella del país e incluso de centroeuropa.


Démonos un respiro desde el puente viejo, ese que recuerda tanto a los puentes de posguerra; desde allí se observa una hermosa panorámica del centro histórico de Szeged. En un primer plano, para que no olvidemos nunca su inevitabilidad y su papel, está el Tisza, acariciando con su cauce los pies de la ciudad. Tras los muros protectores, se aloja la hilera de casas y edificios que bordean el paseo sobre el río. Y sobre ellos destacan tres torres y una cúpula: la cúpula y las dos torres de la iglesia votiva y, como si en esta ciudad fronteriza toda convivencia debiera mostrarse, aparece como entrelazada la torre de la iglesia ortodoxa. El sol desciende un poco más lejos, el río corre manso, y en la lejanía, sus orillas llenas de vegetación anuncian la simbiosis de la ciudad que acaba y la naturaleza que comienza, allá donde el paseo por el río se convierte en un paseo por el bosque, por la llamada Isla de las Brujas (Bozsorkánysziget), allá por donde el río recorre otros países y otros paisajes, camino de Serbia, buscando al Danubio, y cruzando con él los Balcanes regándose sus aguas con sus eternas miserias y también sus alegrías.

1 comentario:

El Guisante Verde Project dijo...

Gracias por agrupar los recuerdos, las imágenes, traer de nuevo a nosotros esta pequeña Budapest, con sus calles, cafés, con la fuente de Ana...Ya se me hacía largo el tiempo desde el último post dedicado a esta joya húngara.
Maribel