domingo, 15 de marzo de 2009

Las flores del Tisza


En primavera miles de tiszavirág se lanzan apasionadamente contra la corriente en crecida del río e inmolan su existencia en sus aguas. Durante esos días el río parece cubrirse de flores flotantes que navegan a la deriva. Este espectáculo de la naturaleza tiene su representación permanente en una escultura de homenaje frente al río, en la que vemos a una bandada de estos mosquitos singulares viajando hacia su destino. De hecho, como si la crueldad humana se identificara con el destino de la naturaleza, hace un par de años la estatua fue arrojada durante una noche al río y tardó un tiempo en ser rescatada y restaurada. Sin embargo, no son estos insectos las única flores del Tisza. Normalmente los szegedinos aman las flores, y con ellas imaginan, sueñan y traman una vida secreta de comunicación mediante un diálogo de pétalos, tonos y aromas: tienen flores para el amor, para el adorno, para el homenaje a los héroes de la nación, para las festividades, y también tienen flores para el río. Porque el río es parte ineludible de la ciudad, parte constitutiva de la esencia de la ciudad. Y porque en primavera el río, cada año, amenaza la propia existencia de la ciudad.


En 1876 Szeged vivió la peor de sus tragedias: una crecida inevitable del Tisza inundó toda la comarca y arrasó por completo la ciudad. Apenas quedaron unas casas en pie, algunos edificios que hoy se consideran monumentos supervivientes. Hubo de reconstruirse en su totalidad, y tal fue la magnitud del suceso que en ello colaboraron los ayuntamientos de grandes ciudades europeas: Londres, París, Viena, Roma, Moscú. Una de las rondas principales de la ciudad lleva sus nombres como agradecimiento. Dicen que no hay mal que por bien no venga, y Szeged estrenó el siglo XX con un diseño urbanístico moderno, con unos planos que habían concursado para reurbanizar la capital del Imperio, Budapest. Las sucesivas rondas que el tiempo ha ido estrenando, cruzadas por calles radiales, han permitido un crecimiento homogéneo y unos accesos relativamente cómodos a diferentes puntos de la ciudad; además, han permitido respetar una visión a vuelo de pájaro de las arterias de la ciudad como un sol anillado enorme con sus rayos, otro de los símbolos de esta ciudad solar. Pero volvamos a la inundación: numerosas casas de estilo fin de imperio y una colosal catedral presidiendo una plaza tan extensa como la de San Marcos de Venecia constituyeron el desafío del Hombre a la Naturaleza y han querido desde entonces conjurar el poder del río sobre lo habitable. Como una ciudad que lucha por no convertirse en una urbe sumergida durante el mes de abril, Szeged rebrotó con un esplendor inesperado a fines del siglo XIX. Por si esto fuera poco (que lo era), el tiempo ha permitido construir unos diques de hormigón que encauzan definitivamente el caudal del río en primavera y que han sido absolutamente necesarios en los últimos años.


La primavera del año 2000 fue intensa, con una crecida que sólo había sido superada en los años setenta. La amenaza se hacía llegar bajo un sol de justicia y con treinta grados de temperatura en el último mes, un sol que había precipitado a la llanura húngara todas las nieves acumuladas en las cumbres transilvanas. El agua llegaba, inevitable, desde el norte, donde asoló las tierras de Tokaji, inundó parte de una ciudad como Szolnok, que quedó desbastecida de agua potable, y realizó un recorrido vertiginoso por la llanura para enfrentarse con los diques de Szeged. El río Maros, que confluye con el Tisza en el recodo previo a su tránsito por la ciudad, también llevaba en su caudal un máximo de agua. La llegada de este gran caudal movilizó a la población, que pasó varias noches concentrando sacos de arena en los puntos abiertos en los diques. En esos momentos, algunos de los barquitos que presiden la estación de pesca, ya quedaban a la altura de la acera del paseo que pasa junto al río, en pleno centro de la ciudad. Desde hacía días, el centro de la ciudad permanecía por debajo del nivel del agua, pero seco gracias al dique, y cada ciudadano llevaba semanas tras este dique conversando y observando con preocupación el lento y constante ascenso del agua: primero había superado su cauce natural, y luego el ascenso por el artificial, como cada año, sumergiendo la carretera de ronda, y ascendiendo, peldaño a peldaño, hasta alcanzar la ciudad. El gobierno realizó desvíos de agua en las afueras e inundó arbitrariamente algunas poblaciones previas; ello logró finalmente que el agua pasara sin mojar los pies de los szegedinos, pero a cambio arruinó los campos y las casas de muchos de los pueblecitos pobres que viven de la cosecha del campo.


El Tisza es un río netamente húngaro desde su geografía histórica: nacido en las ahora rumanas montañas de Transilvania, acoge toda la nieve de éstas en invierno y las lleva de norte a sur por el actual este, centro y sur de Hungría, cruza Serbia, se une al Danubio, y regresa a Rumania al desembocar en el Mar Negro. Es un río de grandes riquezas naturales, de espectacular flora y fauna. Su riquísimo pescado permite disfrutar de una exquisita sopa de pescado a lo largo de sus orillas, y en especial en Szeged, famosa por su receta particular de esta sopa.


Parece que el año 2000 está repleto de sucesos en el Tisza. Una fábrica rumana vertió a las aguas cantidades ingentes de cianuro, y el Tisza quedó desolado según avanzaba el vertido letal. Un aluvión de informaciones, de críticas, de medidas tardías en colaboración con la UE llovieron aquella semana, entre los llantos de la población, que se asomaba a su río, tan amado y temido, para lanzar flores de muerte sobre él. Aquella noticia fue tan impactante que hizo olvidar el susto de la inundación de aquella primavera y muchos comentaban consternados la dimensión de la tragedia ecológica en uno de los ríos con flora y fauna más rica e interesante de Europa Central. Finalmente se evaluaron los daños y pareció que el vertido, aunque dañino, no había exterminado las especies, y un año después parece que la fauna pervive y la riqueza persiste, a pesar de las estimaciones iniciales: hay quien explica esto por la fuerza vital del río; y hay quien lo explica aludiendo a la exageración intencionada de los datos oficiales para poder cobrar a los rumanos lo que los húngaros no pueden de otra manera. En cualquier caso, sólo puedo decir que en el aniversario del suceso, muchos húngaros acudieron a su río, a sus orillas, fieles como los peces que luchan y viven en sus aguas, y en silencio, lanzaron flores y flores, y más flores, porque vivo o muerto, sigue siendo su río y eso nadie, nadie podrá quitárselo jamás.


2 comentarios:

Maribel dijo...

Magnifico título, que mejor homenaje a una fuente de vida como el rio Tisza, que los pétales de flor, diferentes, frágiles, hermosos.
¿Por qué no convivimos con nuestros recursos?¿Por qué queremos dominarlos, encauzarlos, construir en su terreno?
Es verdad que para los que visitamos Szeged, sigue siendo una sorpresa encontrar en sus calles el urbanismo destinado a Budapest, en una ciudad pequeña, amable, acogedora, y no deja de ser representativo de la primavera esa crecida de las aguas, y esos tisazavirág, como dices, "flores flotantes", junto al homenaje de sus habitantes.
En este despertar de la primavera imagino, sueño el Tisza cubierto por una nube de flores...
Gracias

los tiramillas dijo...

Alvi tienes que escribir un libro sobre Hungría. Que conoces el país está claro, que le tienes gran cariño también,con estos dos ingredientes y tu sensibilidad para escribir seguro, será un libro precioso además de interesante.
Un abrazo grande.