miércoles, 1 de abril de 2009

Eger: el valle de las bodegas

Las bodegas de Eger tienen la particularidad de encontrarse todas reunidas en un mismo lugar, un lugar bello y de nombre evocador: en el Valle de la mujer hermosa (Szépasszonyvölgy). Un valle amplio y suave, de luz apaisada. En él, en las inmediaciones de la ciudad y dispuestas a ofrecer lo mejor al visitante, un sinfín de bodegas, grandes, pequeñas, de todos los tamaños, colores y ruidos, se enlazan unas con otras en homenaje al fruto fermentado de la vid. Estamos en el centro de un paraíso. Sin embargo, no todos sus rincones son igualmente buenos, y es común oír que las grandes bodegas con restaurante y terraza son las menos interesantes y quizá con vino de no tan excelente calidad. Las bodegas pequeñas, esas sí. ¡Ah, en aquella no cabe un alma, pero cantan y tocan música húngara, sin parar, y sin parar beben y comparten algo más que alcohol tinto! Acaso comparten la tierra que vio crecer las vides. Acaso comparten el ritmo en el que crecieron, la letra que ahora entonan al unísono. Acaso sueñan las ramas sarmentosas que les unen como se unen unas a otras vides, y las uvas en torno al racimo. Pero este no es nuestro lugar, aunque la tentación de internarnos se ve definitivamente truncada por la falta evidente de espacio. Hay lugares, rincones donde un visitante ya no puede pasar, donde se hace imposible entrar, donde hay que conformarse, y alegrarse por ello, con poder contemplar la escena, desde fuera, y penetrando sólo con la mirada hasta donde nos sea posible. No muy lejos, otra bodega, pequeña, no muy bulliciosa, discreta, nos ofrece reposo y tranquilidad en esta tarde de sábado. Podemos probar los Egri más variados. El Bikavér, por supuesto. Pero también el Merlot, el Cabernet, y el Medina para la señorita, según indicaciones del bodeguero. Sin duda alguna, el vino de los comercios, aun siendo de Eger, no tiene semejanza a éste. No hay esta suavidad, esta ligereza, este sinsentir que es el sentir la uva en el paladar mientras el líquido discurre sin tropezar con nada. Así, mientras unos pogácza (hojaldres de sabores) acompañan la degustación, decidimos, entre copa, charla y pogácza, antes de salir, comprar unas cuantas botellas porque el vino es excelente y el precio, además, increíble. Finalmente, con sumo regocijo por parte de todos, una docena de botellitas alargadas y estrechas nos acompañan a la salida, contentos de que estén tan bien acompañadas como nosotros lo estamos sabiendo que nos esperan dignas comidas bendecidas por el vino de los magyares.